Crisis Económica Latinoamericana

Crisis Económica Latinoamericana

Nota: esta cuestión está vinculada a la de la Deuda Pública Latinoamericana.

La Crisis Económica en América Latina en los Años 80

Desde mediados de 1982 América Latina ha estado sufriendo una de las crisis económicas más graves de su historia. Un buen resumen estadístico de la difícil situación de la región es el ingreso per cápita: a finales de 1987 era casi un 6% inferior a la cifra registrada en 1980. Al principio de la crisis incluso los observadores más optimistas esperaban que los años ochenta fueran una «década perdida» para América Latina, estimando que en 1990 el ingreso per cápita apenas superaría el nivel de 1980. Más tarde, tras varios años de crisis, ese sombrío pronóstico parece haber sido demasiado brillante, tal como temían algunos analistas. Dado que no se produjo un giro favorable en los acontecimientos en relación con el nivel del pago de la deuda o el rendimiento de la economía mundial, la región no recuperó el ingreso per cápita de 1980 hasta los años 90. (Véase, por ejemplo, Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe, «Restricciones al desarrollo sostenido en América Latina y el Caribe y los requisitos para superarlas» (Santiago de Chile, febrero de 1988), págs. 10 a 26).
La atención ha tendido a centrarse en todo el tema de la deuda porque constituye uno de los vínculos más inmediatos de la crisis entre el Norte y el Sur. Por una parte, las dificultades de los deudores para cumplir sus obligaciones han representado una amenaza potencial para la viabilidad de los sistemas financieros de las naciones acreedoras. Por otra parte, el pago de la deuda absorbe una cantidad extraordinaria de recursos, sobre todo en el pasado, de América Latina y ha tenido fuertes efectos depresivos en la actividad económica. De hecho, ante la elevada carga de los pagos, la política de desarrollo de los años ochenta ha quedado relegada a un segundo plano frente a las exigencias de la gestión de crisis y la política de la deuda internacional.

América Latina encontró insostenible la carga de su deuda en 1982, un hecho que fue dramáticamente presentado a la atención del mundo por el anuncio de México de una moratoria temporal en agosto de ese año. Esta fecha inició un proceso en el que la mayoría de los países han caído en un estado de incumplimiento de facto, rompiendo repetidamente los calendarios de reembolso programados. El incumplimiento de jure se ha evitado sólo porque los bancos y sus gobiernos de la OCDE efectuaron amplias operaciones de rescate, lo que facilitó la reprogramación múltiple de los pagos de la deuda. Los reescalonamientos de la deuda realizados en no menos de diecisiete países de la región ayudaron a evitar el temido colapso del sistema financiero internacional. Sin embargo, veremos que los mismos ejercicios que salvaron con tanto éxito el sistema financiero mundial también han socavado decisivamente el proceso de crecimiento y desarrollo de los países deudores.

Interpretaciones

La llegada de la crisis, y la naturaleza dramática y controversial de las operaciones de rescate, ha llevado la cuestión de la deuda a la vanguardia de la investigación macroeconómica. De hecho, ha habido una virtual explosión de escritos sobre la crisis de la deuda, tanto en sus orígenes como en sus posibles soluciones.

Los analistas han tendido a subrayar los diferentes factores subyacentes a la aparición de la crisis. Tal vez el argumento más popular que apareció en el Norte se refería a lo que se llama simplemente mala gestión económica en los países deudores. En esta escuela de pensamiento, la atención principal se centra en la política macroeconómica expansiva y, sobre todo, en los déficits fiscales. En otras palabras, la falta de disciplina fiscal y monetaria en los años setenta provocó déficits en el sector público y una acumulación insostenible de deudas. La prescripción que se desprende del diagnóstico implica austeridad en los países deudores, un retroceso del sector público, la eliminación de las distorsiones de precios, consideradas como inhibidoras del funcionamiento del mecanismo de mercado, y un crecimiento impulsado por las exportaciones.

Algunos de estos analistas expresó el apoyo a la gestión de crisis convencional, lo que implicaba reprogramaciones de bancos comerciales, que dejan las carteras de los acreedores en gran parte sin daños, mientras que otros argumentaron que las malas políticas económicas han hecho que muchos deudores sean incapaces de cumplir el valor nominal de la deuda y por lo tanto los bancos deben asumir reducciones y pérdidas en sus préstamos. A veces estos últimos analistas proponían un tipo de plan financiero con apoyo internacional que ayudaría a los bancos a amortizar parte del valor de sus activos en los países en desarrollo.

Una segunda interpretación popular apoyaba la noción de que la deuda o las economías no estaban bien gestionadas, pero hacía relativamente más hincapié en el papel de las perturbaciones exógenas imprevistas provocadas por las políticas de fijación de precios de la OPEP, los elevados tipos de interés mundiales y la prolongada recesión económica mundial. Este diagnóstico se inclinaba hacia una explicación coyuntural del problema y, en consecuencia, daba mayor peso a una solución coyuntural: menores tipos de interés, recuperación de las economías de la OCDE y mejora de los precios de los productos básicos. También se reconoció la necesidad de introducir la austeridad y una mejor gestión económica en los países prestatarios. Sin embargo, dado el énfasis en la evolución coyuntural, consideró que el problema de los países era de iliquidez y apoyó firmemente la estrategia convencional de reprogramación de los bancos comerciales y la austeridad en los países deudores.

Una tercera interpretación del problema apuntaba a un sistema general de crisis del capitalismo, de la cual la deuda fue una manifestación importante. Gran parte de este análisis tiene sus raíces en la tradición marxista. Las soluciones no están bien articuladas, pero parte integral del enfoque marxista clásico es la noción de que un sistema capitalista en crisis se regenera a sí mismo a través de los incumplimientos, el colapso financiero y la devaluación de los activos financieros.

En una cuarta interpretación, algunos analistas se centraron principalmente en la tendencia de los bancos -el principal acreedor de América Latina- para sobreprestar en el decenio de 1970 (muchas veces por motivos tributarios, véase). La prescripción que surgió aquí fue a favor de un control más eficaz de las prácticas de préstamo bancario.

Si bien en la práctica los diversos argumentos se han tratado a menudo como explicaciones contrapuestas, todos ellos captan dimensiones importantes de la crisis. Por ejemplo, es difícil rebatir el argumento de que muchos países deudores administraron mal sus economías. Hay muchas pruebas que apoyan la hipótesis de que muchos de los países de América Latina tenían estrategias de desarrollo excesivamente apalancadas en la deuda en el decenio de 1970. Es también evidente que las crisis de la OPEP, así como la prolongada recesión mundial y los elevados tipos de interés del decenio de 1980, contribuyeron a la acumulación masiva de deuda y, al mismo tiempo, socavaron la capacidad de reembolsarla.

En cuanto a la crisis capitalista, la desaceleración de la economía mundial desde finales de la década de 1960 es una cuestión asumida. Hay varios estudios que apuntan a una crisis estructural del capitalismo, y algunos son de círculos muy ortodoxos (por ejemplo, Bank for lnternational Settlements, Forty-eighth Annual Report, 1978). Sin embargo, es cierto que esto cambiaría el supuesto subyacente de la literatura sobre el tema, que es que la crisis es a corto plazo y coyuntural y no un problema estructural prolongado.
La preocupación por la oferta del mercado y los préstamos bancarios también parece eminentemente razonable, ya que la otra cara de los sobrepréstamos es el exceso de préstamos. En 1961, Alfred Marshall facilitó el debate entre las escuelas clásica y neoclásica sobre si la oferta o la demanda era el factor determinante más importante señalando las dos hojas de sus ahora famosas tijeras. Sin embargo, lamentablemente, el lado de la oferta de la crisis de la deuda sigue siendo relativamente indecible, ya que la mayoría de los estudios analíticos del Norte han ignorado en gran medida el comportamiento de los acreedores al evaluar las causas de la crisis; incluso cuando los bancos fueron incluidos en los estudios, fueron tratados, en el mejor de los casos, de manera parca, durante muchos años, con excepciones (como J. Guttentag). Curiosamente, los observadores de América Latina han sido más respetuosos con Marshall; si bien desde el principio no negaron graves errores en la gestión de sus economías, también señalaron la dinámica de la oferta en la crisis para establecer el principio de corresponsabilidad (como la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe, en sus informes de 1982 y 1983). Sin embargo, su posición en general ha carecido de una base técnica y se ha apoyado en la afirmación de que los préstamos fueron empujados a las economías de América Latina.

Crisis Económica Latinoamericana y el FMI

La conexión entre la debilidad institucional, la distribución del conflicto, y la volatilidad es una constante de la historia de América Latina. Los acontecimientos en el Brasil de 2001-2002 destacan esa conexión. Los problemas de información asimétrica en los mercados financieros, los desajustes en el balance de divisas del gobierno y la débil regulación del sector financiero están interrelacionados y es poco probable que se resuelvan de forma aislada.

La laxitud fiscal, las prácticas de préstamo débiles y el comportamiento imprudente del sector financiero se derivan de las políticas de desigualdad, el reconocimiento y la riqueza que permiten que las prácticas clientelistas y los abusos de poder queden sin control. La debilidad de los mercados de capital impide que un gran número de la población contribuya al crecimiento económico en América Latina. Un estudio del Instituto Milken sobre el acceso al capital empresarial en 98 países clasificó a Chile en el número 29, Panamá 34, Argentina 45, Perú 50, El Salvador 54, Honduras y México 64 (empatados), Bolivia 67, Brasil 69 y Guatemala 70. Costa Rica, Colombia, Venezuela, el Ecuador y el Paraguay finalizaron en la parte inferior, con 82, 84, 87, 88 y 89 respectivamente. Los mercados de valores eran particularmente estrechos en América Latina; la relación entre el número de empresas que cotiza en bolsa y la población es aproximadamente un tercio de la media mundial, mientras que el número de la población de las ofertas públicas iniciales es más de 10 veces menor que la media mundial.

El sistema financiero de América Latina es menor que el promedio de los países de ingresos medios. Tiene un porcentaje del PIB menor que la norma. La intermediación financiera en América Latina está dominada por los bancos comerciales que están muy concentrados y prestan principalmente a grandes clientes. El crédito al consumo es escaso, los mercados de valores son pequeños e ilíquidos y los márgenes entre los tipos de interés de los préstamos y los créditos son elevados. Antes de que se modificara la ley en 2001, los bancos de México no estaban autorizados a conceder préstamos a pequeñas empresas o a empresarios. La ausencia de un método para tasar los bienes a fin de garantizar los préstamos mantiene bajo el número de préstamos.

Las empresas tienden a ser viejas porque no están sujetas a la presión de los recién llegados innovadores. Los productores establecidos están protegidos de la amenaza de los empresarios emergentes porque las nuevas empresas que serían capaces de desafiar el statu quo no pueden encontrar financiación. La seguridad de que goza las empresas establecidas se produce a costa del crecimiento del empleo y la competencia. Sólo en Chile, el país con mejores resultados de la región, el crédito del sector bancario al sector privado supera el 50% del PIB. En el Perú y la Argentina, la proporción es de alrededor del 20%. Los mercados de capital de la región están muy segmentados, desde las empresas medianas que piden prestado con intereses entre el 25 y el 40 por ciento hasta las empresas pequeñas que enfrenta tasas del 60 por ciento. La pequeña carga de la deuda de las empresas de América Latina

contrasta fuertemente con las empresas de Asia oriental. Se estima que la relación deuda/capital fue sólo del 26 por ciento en 2001. Esto puede compararse con las empresas japonesas, que mantienen una relación deuda/capital de alrededor del 277 por ciento. En Corea del Sur, los coeficientes eran de alrededor del 300 por ciento (con extremos del 600 por ciento) cuando alcanzaron su máximo en 1998, bajando al 198,3 por ciento en 2001.

El fuerte predominio de la deuda financiera por parte de los bancos, combinado con unos mercados de capital débiles y unas proporciones bajas de deuda respecto al capital social, da lugar a una gran volatilidad: para soportar unos tipos de interés elevados, las empresas requieren una tasa de rentabilidad más alta de lo que sería el caso de otro modo, completando carteras de bancos con proyectos de alto riesgo. Los negocios que normalmente serían financiados en un mundo de mercados de capital estables quedan sin financiación. En los últimos treinta años, la volatilidad macroeconómica de América Latina superó a la de cualquiera de los demás mercados emergentes. A finales del decenio de 1980, la tasa anual media de inflación en la región se aproximaba al 1.500% per cápita, y los ingresos disminuyeron un 10% en relación con los primeros años del decenio de 1980. La inestabilidad macroeconómica no permite ahorros y minas, y se comprometen ampliamente a cumplir los contratos. Lamentablemente, los inversores potenciales, ya sean nacionales o internacionales, perciben que la disciplina fiscal es reversible, y por cada Cardoso hay un populista como Lula cerca. Los temores de reversibilidad de la política aumentan el costo del capital financiero del gobierno. Así, la disciplina tributaria que no es creíble puede ser más costosa que ninguna.

Incapaces de planificar el futuro ahorrando la abundancia de hoy para las deficiencias de mañana, los países terminan con ajustes tributarios que son «procíclicos»: Los ministros de finanzas de América Latina suelen recortar el gasto durante las recesiones y pasar más tiempo de lo que se ahorra durante los auges, mientras que la política fiscal debería estar diseñada para protegerse contra la volatilidad. Violan la regla de oro de una política sólida tributaria. En América Latina, Chile es una rara excepción, ya que ha adoptado las normas tributarias que fomentan las políticas anticíclicas positivas durante los buenos tiempos.

Con financiaciones procíclicas, la región termina con excesivos recortes presupuestarios para reducir los déficits fiscales durante las recesiones, lo que agrava las consecuencias para los pobres. El gasto en salud y educación suele ser el primero que se debe destinar, lo que produce pérdidas de capital que son difíciles de recuperarse durante los repuntes y hace que la pobreza de la región sea aún más intratable. Las instituciones débiles, las regulaciones inadecuadas y los incentivos mal alineados equipan mal al mercado latinoamericano con los sistemas financieros. Los procedimientos presupuestarios no son transparentes, los derechos de propiedad tanto para los bienes fijos como para los bienes muebles son inadecuados, y las leyes no proveen una garantía adecuada para los préstamos hechos con garantía. Los procedimientos de quiebra son largos y que el número de acciones legales independientes necesarias para cobrar una deuda atrasada es prohibitivo. Sólo se puede recuperar una pequeña fracción del valor de cualquier activo.

El mal funcionamiento de los sistemas jurídicos y la falta de buena información crediticia, incluso para los selectos de la región, socavan el desarrollo de las pequeñas empresas en América Latina. Las complejas regulaciones, aplicadas de manera inconsistente, impiden que las empresas adquieran estatus legal. Muchos empresarios se inician en el sector informal porque los trámites de apertura de empresas independientes son engorrosos. Una vez que se embarcan en la actividad del sector informal, la transición al estatus formal es difícil de realizar. El exceso de reglamentación hace que el costo de la formalización supere el beneficio, pero el hecho de seguir siendo informal hace que sea difícil para las empresas encontrar fuentes de capital externo. En consecuencia, las sociedades como la del Brasil disfrutan de un gran número de pequeñas empresas familiares con pocas posibilidades de crecer en operaciones de tamaño medio o grande.

Revisor de hechos: LI


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